Los expertos apuntan a que el fenómeno de La Niña continuará hasta marzo y prevén que El Niño llegue a finales de año, aunque aún no hay certeza de con qué fortaleza.
América Latina y el Caribe conocen bien los cambios repentinos de temperatura. También tienen experiencia en vivir los fenómenos de El Niño y La Niña, un patrón climático caracterizado por temporadas cálidas, en el primer caso, y un enfriamiento, en el segundo, que le han pasado factura a esta parte del continente. Según Raúl Salazar, jefe de la Oficina regional para las Américas y el Caribe de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres, “la región ha asumido el 53% de las pérdidas económicas globales” relacionadas a estos acontecimientos.
Lo que se sabe sobre El Niño
Tras el fin de La Niña y especialmente hacia el oeste de Suramérica, hay un 82% de probabilidad de que se dé un periodo estable entre los meses de marzo, abril y mayo, explica Ruiz, del Ideam. Es decir, esos serían meses ni de muchas lluvias ni de sequía. Pero, más adelante, comenta, “hay más posibilidades de que sé de un evento cálido”, ya que, para agosto, septiembre y octubre, hasta el momento hay una probabilidad del 66% de vivir un fenómeno de El Niño. Sin embargo, y como lo comenta el doctor Ken Takahashi, investigador científico del Instituto Geofísico de Perú, a estas alturas del año, las predicciones aún tienen mucha incertidumbre, por lo que “los países deberían esperar hasta los pronósticos de mayo para tener una mejor idea si nos dirigimos a un Niño”.
¿Por qué los expertos insisten en la prevención?
Si hay algo en lo que coinciden todos los expertos es que la prevención y los mecanismos de atención temprana son claves para evitar males mayores. En palabras de Salazar, “garantizar un mundo seguro de cara al futuro climático es el mayor bien público que pueden ofrecer los Gobiernos”. Takahashi añade: “Es importante que los países cuenten con una cultura de prevención y que reduzcan la vulnerabilidad de su ciudadanía. Las predicciones de El Niño y La Niña pueden servir para complementar y reforzar dichas medidas”.
Entre las recomendaciones principales destacan tres. La primera está relacionada con mejorar las métricas de adaptación y gestión de riesgos responsables de medir la emergencia climática. “Una mejor gestión minimiza los efectos adversos y crea oportunidades para transformar los sistemas y las sociedades”, explica Salazar.