Desde una óptica progresista, construir una alternativa creíble que propicie el nuevo y necesario bienestar de la sociedad, exige un trabajo común para que las cosas cambien y, previamente, reconocer la realidad en la que vivimos como primer paso para transformarla así lo creo y así lo he dejado reflejado en mi libro La encrucijada[1]. Es el mismo espíritu que alienta al Grupo de Puebla, la organización creada por líderes progresistas de América Latina y España que intenta revertir la inquietante situación del continente. 47 líderes políticos de QUINCE países y el Consejo Latinoamericano de Justicia y Democracia (CLAJUD) componen de inicio el eje Buenos Aires-Montevideo-Brasil-La Paz-Ecuador-Colombia-Ciudad de México-Santiago de Chile, que actualmente cuenta con más de 100 miembros.

Entre los iniciales fundadores cito al presidente de Argentina, Alberto Fernández, y los expresidentes de Colombia, Ernesto Samper que, junto al político chileno Marco Enríquez-Ominami, coordinador del mismo y el exministro brasileño Aloisio Mercadante, son los motores del grupo; los expresidentes de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva y Dilma Rousseff; de Bolivia, Evo Morales; de España, José Luis Rodríguez Zapatero; de Paraguay, Fernando Lugo, y de Uruguay, José Mujica, además de decenas de dirigentes iberoamericanos. Figuran también en el colectivo, personalidades como el filósofo estadounidense Noam Chomsky, la escritora canadiense Naomi Klein, el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, el economista griego Yanis Varoufakis, el excanciller brasileño Celso Amorim, el actor mexicano Gael García Bernal, el expresidente ecuatoriano Rafael Correa o la activista india Arundhati Roy. Me honra decir que formo parte del consejo asesor.

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Desde su creación, los objetivos del Grupo de Puebla se centran en vigorizar estructuras regionales, desligándolas de la acción corrosiva de quienes desean una Latinoamérica sumisa, junto con la intención de reforzar el marco político latinoamericano en torno al derecho, a una economía social equilibrada, a un capitalismo responsable y una redistribución equitativa que ataque la desigualdad, fortalezca el desarrollo y proteja a los más vulnerables.

Los instrumentos para llevarlo a cabo pasan por la defensa del medioambiente, la madre tierra y los pueblos originarios, las mujeres, los menores, y dando un papel protagonista a la sociedad civil y a los movimientos sociales. Es un objetivo ambicioso pero indispensable, nacido de la necesidad y de la protección de los derechos humanos.

EL MANIFIESTO

A finales de enero, el Grupo de Puebla se reunió y acordó la emisión de un manifiesto que marca el camino de la reactivación para América Latina frente al enemigo común, la pandemia, y sobre la base firme de la solidaridad. La región está sufriendo una pérdida irreparable de vidas humanas y ha visto como empeoraba la crisis económica y social que desde hace años se ha venido arrastrando. Los golpes blandos asestados contra los gobiernos progresistas en diferentes naciones tienen mucho que ver con estas desigualdades y esta ruina para los más débiles.

La pandemia ha venido a agudizar la desigualdad, agravada, como bien dice el manifiesto, por la actitud de aquellas administraciones que han defendido posturas negacionistas, en un intento de barnizar su incompetencia. Esa conducta negligente ha hecho mucho mal a su población y al conjunto de Latinoamérica. No puedo estar más de acuerdo con tal afirmación del mismo modo que suscribo que los medios para superar la situación son de un lado la ciencia, mediante el suministro universal de vacunas eficaces y seguras, que acaben con la explotación interesada de las grandes farmacéuticas que agrandan la desigualdad entre los que más tienen y los que menos disponen; medidas socioeconómicas de apoyo a la población más vulnerable y a un nuevo modelo de economía solidaria.

Para el Grupo de Puebla, lo que ha desencadenado esta situación tiene raíces profundas en el modelo neoliberal apoyado en la financiación del capital que promueve la desigualdad extrema y la precariedad del mercado laboral; fragiliza el Estado de Bienestar y la democracia; socava derechos sociales; amenaza el medioambiente; deriva en crisis económicas recurrentes y ha convertido en incompatibles el crecimiento sostenible y la justicia social. Absolutamente cierto, tanto como la siguiente conclusión que presenta el manifiesto que es que, a partir de tales acciones, ha crecido la extrema derecha en diferentes latitudes, incluso subrayan (y lo comparto), en países con una trayectoria significativa democrática. Si esto es así en Europa, con los ejemplos de Hungría y Polonia o nuestra experiencia española con Vox, como tercera fuerza parlamentaria, el crecimiento de tal ideología en Latinoamérica amplifica los efectos dañinos al carecer de mecanismos como el de la Unión Europea, para contrarrestar o poner freno a las actuaciones antidemocráticas que impulsan estas políticas. No hay más que pensar en el ejemplo vivo y dañino de Jair Bolsonaro al frente de Brasil.

Si la ultraderecha está actuando coordinada en diferentes rincones del globo, los progresistas debemos unirnos igualmente para defender la democracia, nuestras libertades, los derechos humanos y el medioambiente. Es nuestro deber como demócratas, porque ya sabemos adónde lleva este camino por el que nos quieren arrastrar nuevamente los fascistas. Acabó en Auschwitz, en Dachau, en Buchenwald, en Mauthausen-Gusen, acabó en las cámaras de gas y en los crematorios, acabó en la ESMA y en los vuelos de la muerte, acabó en Villa Grimaldi y en Colonia Dignidad. Y, sin duda puede acabar, como ya lo ha hecho, en una serie de golpes de estado contra gobiernos progresistas, en violencia impulsada por potencias extranjeras; en guerras económicas que distribuyen sanciones en beneficio de quienes controlan los recursos naturales. De todo ello es bien consciente el Grupo de Puebla.

IMPRESCINDIBLE UNIDAD

Añade el manifiesto otra acción de urgencia: la necesidad de recobrar la integración, la unidad y la concertación política recordando que pocas veces en la historia, América Latina y el Caribe han estado tan divididas. Recuerdan por tanto que no hay tiempo que perder porque los retos son difíciles e inmediatos, y mientras dudamos del camino a seguir, los que nos enfrentan continúan horadando hasta eliminar las conquistas más básicas.

¿Cuáles son las acciones a emprender? Lo primero, abordar un modelo solidario de desarrollo. América Latina se debe consolidar como zona de paz, concepto que, a veces, quienes no conocen la realidad de los territorios no alcanzan a comprender lo fundamental que resulta para fortalecer las democracias y los derechos humanos. La cuestión se vuelve ardua cuando el enfoque es progresista, porque, sistemáticamente, se ve atacado y dinamitado por las élites económicas y las políticas más conservadoras.

En segundo término, se consigue enfrentando la desigualdad, a través de duro aprendizaje conseguido, de la mano de la ciencia, la innovación y la tecnología como prioridad para el gasto público y con la visión de la salud como un derecho fundamental. El Estado debe recuperar su papel de garante del bienestar colectivo refrendando el acceso de todos a las infraestructuras básicas y protagonizando la regulación de los mercados para evitar las injerencias de los grandes inversores que actúan a su beneficio y no toman en cuenta a la ciudadanía. Es por ello que se llama a la iniciativa privada a que colabore de forma responsable en todo lo referido a inclusión social, generación de empleos dignos y más participación democrática. Establecer la Renta Básica Solidaria es otro de los puntos necesarios para avanzar contra la desigualdad, del mismo modo que implantar un sistema fiscal progresivo que beneficie a los que menos tienen, es otro aspecto que defiende el progresismo humanista, del mismo modo que se trata de una nueva industrialización y una transición verde.

La defensa del medioambiente es vital. En este sentido, uno de los pocos efectos positivos de la pandemia de la Covid 19 ha sido la posibilidad que ha dado al planeta de iniciar un proceso de regeneración. Sin la acción de las personas, sin la contaminación ni la agresión química o la deforestación que son la tónica diaria, la naturaleza ha conseguido ir recuperándose. ¿Cómo sería la vida si los seres humanos mantuviéramos un confinamiento continuo en aquellas acciones que producen la muerte y la degradación de la madre tierra?

Es una tarea ardua pero imprescindible y consiste ante todo en tomar conciencia del valor del ser humano sobre cualquier otra consideración y de proteger a los movimientos sociales y la libre expresión de la protesta pacífica y constructiva. Se trata de una manera crucial de profundizar en la democracia que debe reforzarse mediante la participación a la vez que se plantea, con acierto, la necesidad de resignificar y robustecer los partidos políticos.

JUSTICIA Y DERECHOS HUMANOS

Sin duda, una de las grandes lacras que estamos viviendo en estos años es la utilización de la justicia contra aquellos dirigentes progresistas que estorban a los intereses neoliberales impidiéndoles su labor mediante procesos espurios y campañas de difamación. Es indispensable acabar con estas prácticas, que componen lo que se denomina lawfare. Se olvida que la justicia es un servicio público y sus administradores, servidores públicos y, por ello, debe generar confianza y credibilidad en el pueblo, su verdadero titular. El poder de conocer, juzgar y hacer cumplir lo juzgado es un poder que emana del pueblo. Comprender este principio es fundamental y de enorme trascendencia porque la piedra de toque, el último bastión en defensa del interés colectivo, es el juez, quien debe tener interiorizada esta verdad. La perversión de la justicia se produce cuando se olvida que el derecho es un instrumento de pacificación social y facilitador de la convivencia humana y no un arma para derrotar políticamente a los contrarios. Y hay que tener siempre presente para toda actuación judicial que los derechos humanos son hoy la esencia misma del derecho.

En ese capítulo de respeto hacia las personas cobra particular importancia promover la emancipación de género para conseguir esa transformación progresista que buscamos. Así lo remarca el Grupo de Puebla que alerta contra la discriminación, la falta de visibilidad y la violencia. Como también se apunta como tarea pendiente combatir el racismo, la homofobia y todas aquellas intolerancias que excluyen a grandes sectores de la población. De nuevo, la igualdad es la clave.

Parar, analizar y cambiar el rumbo. Ese es el mensaje que deja la pandemia como bien concluye el manifiesto. De esta reflexión, impuesta por tiempos complicados y trágicos puede salir la buena oportunidad de trabajar en un proyecto que sirva para lo que considera con acierto el Grupo de Puebla “la construcción del nuevo ser progresista latinoamericano: más solidario en lo social, más productivo en lo económico, más participativo en lo político, más pacífico con la naturaleza, y, sobre todo, más orgulloso de su condición de ciudadano de América Latina y del Caribe”. Objetivo creo que enriquecedor no solo para la región sino para el conjunto de quienes habitamos el planeta. Ojalá vivamos un futuro no lejano en que admiremos los logros de los hermanos de estas tierras como el ejemplo a seguir por otras naciones. El progresismo humanista es el motor que cambiará el mundo. Y, todos estamos convocados a participar en este desafío.

[1] La Encrucijada. Ideas y valores frente a la indiferencia. Prólogo de Pepe Mujica. Ediciones Carena. Octubre de 2020.

Fuente. https://www.pagina12.com.ar/322785-baltasar-garzon-sobre-el-grupo-de-puebla

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