En Europa, crece la preocupación entre los planificadores energéticos por el fenómeno conocido como dunkelflaute: esos días de invierno sin sol ni viento que paralizan tanto a la energía solar como a la eólica.

El cambio climático, impulsado por la quema continua de combustibles fósiles, está alterando los patrones meteorológicos en todo el mundo. Sequías severas reducen la capacidad hidroeléctrica, cielos nublados disminuyen la producción solar y fenómenos extremos ponen en jaque la fiabilidad de las renovables. Paradójicamente, la misma crisis que exige una transición energética urgente también complica esa transición.

A pesar de estos desafíos, el avance de las energías renovables es imparable. En 2024, la capacidad renovable global creció en un récord de 585 gigavatios, representando más del 90% de toda la nueva capacidad energética instalada a nivel mundial, según datos de IRENA. Paneles solares en desiertos, turbinas eólicas en las costas y grandes presas hidroeléctricas son prueba de este impulso.

La amenaza invisible: un clima que ya no es predecible

El problema es que las energías renovables dependen, por definición, del clima. Y el clima está cambiando. Las olas de calor, las alteraciones en los vientos y los cambios en la radiación solar ya están afectando su rendimiento.

En 2023, el planeta registró temperaturas 1,45 °C por encima del promedio preindustrial. La transición de La Niña a El Niño alteró lluvias, vientos y radiación solar, afectando la producción energética en múltiples regiones. En Sudán y Namibia, por ejemplo, la generación hidroeléctrica cayó más de un 50% por la escasez de lluvias. En China, los vientos inusuales redujeron la eficiencia de las turbinas eólicas. En India, los vientos monzónicos débiles tuvieron un efecto similar. Algunas zonas de África registraron caídas de hasta un 30% en la producción eólica.

Pero no todo son malas noticias: en Sudamérica, cielos más despejados aumentaron el rendimiento solar en países como Brasil, Colombia y Bolivia, generando suficiente electricidad extra como para abastecer a más de dos millones de hogares durante un año.

Infraestructura basada en un pasado que ya no existe

La mayoría de las infraestructuras de energía renovable —presas, parques solares y eólicos— fueron diseñadas en función de patrones climáticos pasados, hoy cada vez más obsoletos. La energía hidroeléctrica, por ejemplo, depende de deshielos estacionales o lluvias regulares. En los Andes y el Himalaya, el derretimiento de glaciares podría aumentar la producción a corto plazo, pero cuando el hielo desaparezca, también lo hará esa fuente de agua.

El aumento del nivel del mar, tormentas más intensas e incendios forestales más frecuentes representan amenazas adicionales para las instalaciones energéticas. Incluso las centrales nucleares enfrentan riesgos: algunas han tenido que detener operaciones por falta de agua para refrigeración, una tendencia preocupante a medida que aumentan las olas de calor y bajan los niveles de los ríos.

Como señala Roberta Boscolo, de la OMM, “no podemos seguir diseñando sistemas energéticos basándonos en el clima del pasado. Tenemos que pensar en el clima que tendremos en el futuro”.

Inteligencia climática: el nuevo aliado de la energía

Ante este panorama, la solución está en integrar lo que los expertos llaman inteligencia climática: usar datos climáticos, proyecciones y herramientas tecnológicas avanzadas para planificar y gestionar el sistema energético con mayor precisión.

“Ya no podemos guiarnos por promedios históricos”, afirma Hamid Bastani, experto de la OMM. “Necesitamos saber qué ocurrirá con el viento, la lluvia o la radiación solar en las próximas temporadas”.

En Chile, por ejemplo, la generación hidroeléctrica se disparó un 80% en noviembre de 2023 gracias a lluvias inusuales. Una mejor previsión podría permitir a los operadores de presas gestionar mejor sus reservas de agua en el futuro.

Las nuevas tecnologías ya están marcando la diferencia. La inteligencia artificial, combinada con modelos climáticos y energéticos, permite prever variaciones con más detalle. En Costa Rica, un sistema desarrollado con la OMM permite anticipar la velocidad del viento y optimizar así la producción eólica. En Chile, otro modelo predice la evaporación en embalses donde se instalan paneles solares flotantes, lo que permite reducir la pérdida de agua y generar electricidad de forma más eficiente.

El futuro eléctrico necesita datos

Todo apunta a un futuro donde casi todo —transporte, calefacción, cocina— funcionará con electricidad. Y si esa electricidad no es confiable, el sistema completo podría colapsar.

La planificación energética debe integrar desde ahora herramientas de previsión que van desde unos segundos hasta varios meses. Esto permitirá desde equilibrar la red en tiempo real hasta tomar decisiones de inversión a largo plazo.